La reciente declaración de tregua por parte de ETA, anunciada en el  comunicado del 22 de marzo y en el que vienen a recogerse los postulados  de la Propuesta de Anoeta, es, así lo deseamos la inmensa mayoría de la  ciudadanía, la esperada apuesta de la organización terrorista,  acorralada y con cada vez más mermadas perspectivas de triunfo, por un  abandono definitivo de las armas . Resulta obvio que tal desenlace es producto de una larga y profunda reflexión en el seno del mundo abertzale, pero no por ello hay que olvidar que ante todo es fruto de  la acción contundente y continuada del Estado de Derecho y de sus  mecanismos; si la persecución de tales medios por parte del Estado tenía  como objetivo declarado la aniquilación de ETA, la interiorización de  ésta de la ineluctabilidad del triunfo de las fuerzas del estado en nada  merma el éxito absoluto del orden democrático, simplemente, y siempre  que la habilidad necesaria esté presente entre la clase política para  gestionar un proceso de paz, lo acelerará.
Aceptado esto y  teniendo presente la actual situación, no queda más que plantearse en  qué medida puede chocar nuestro Estado de Derecho con el fino juego de  la política. El estado de derecho no puede ceder sin más a la negociación política su protagonismo, por la simple razón de que éste no es un actor sino base y esencia de  nuestro ordenamiento, sobre el que se sustentan todos y cada uno de los  actores políticos; si así se procediese estaríamos entrando en profunda  contradicción.
Sin embargo analizando la decisión del magistrado  Grande-Marlaska de prohibir el proyectado acto de la ilegalizada  Batasuna para el domingo 9 de abril, aunque esté en perfecta consonancia  con la justicia, plantea dudas sobre su idoneidad en la medida de que  muestra cómo el estado de derecho en su estricta aplicación podría  entorpecer el feliz desenlace de un aún no-nato proceso de paz. ¿Qué  hacer? es evidente que la decision ha de ser respetada. En cuanto a la  clase política, que se debe de no interferir en el proceso de justicia,  podría sin embargo utilizar mecanismos apropiados para, si no forzar, al  menos influir en el estamento judicial para que adapte su actuación al  nuevo marco creado (o al menos en gestación).
Es evidente que en  nuestra democracia no opera la estricta separación de poderes, sino la  colaboración de poderes, lo cual no significa la supervisión de un poder  sobre el otro en cuanto a su actuación como tal, pero lo cual  ciertamente garantiza vías de participación del poder político en el  poder judicial; no me refiero a la política de nombramientos, sino al  papel de la Fiscalía del Estado. Sugerir lo que sugirió el Fiscal del  estado Conde-Pumpido hace unos días, llamando a los jueces a que  considerasen el nuevo escenario, es impropio, no quizá por el mensaje en  sí, sino por la forma en que se realiza; como estado liberal, el estado  español ha de evitar injerencias de este tipo, si es el gobierno el que  habla en boca de la Fiscalía, pero si sus palabras fuesen conclusión de  un debate consensuado, la autoridad de tal admonición sería de  categoria suficiente como para poder pedir contención al poder judicial.
Concretando  lo que pretendo decir, se trata en este caso de algo que debe ser  debatido como mínimo por el partido de gobierno y por el partido líder  de la oposición, que con el "Pacto Antiterrorista" gozan de un marco  informal pero adecuado a mi juicio para discutir al respecto. Si hay  acuerdo, la Fiscalía podría actuar en el sentido en que ya (con torpeza,  por desgracia) actuó. Tras ello la Audiencia Nacional debería tomar sus  propias conclusiones (que podrían o no estar en consonancia con la  acordado en la arena política) ¿Y si no hay acuerdo? Nada podría hacerse  mas que dejar a la justicia seguir su curso.
La última cuestión  es la de saber cuál sería la actitud de Batasuna si una concertación  fallida entre Gobierno y oposición acabase dejando las cosas tal y como  están (o si bien exitosa, no lograse cambios en la actuación de la  Audencia Nacional), pues por desgracia para el maximalismo y dogmatismo  de ésta, es inconcebible que el Gobierno no esté realmente controlando  la justicia. Batasuna no comparte la creencia en un orden liberal, ni  entendería que la clase política sólo se comprometiese a pedir del Poder  Judicial cambios en su conducta en el marco de un acuerdo consensuado,  tal y como sería la regla en todo orden liberal (¿no es acaso la  Constitución muestra de ello, una obra de consenso?). Existiría el  peligro incluso de que el hecho mismo de que públicamente la clase  política se plantease siquiera el influir en la Audencia Nacional diese  pábulo a la interpretación de Batasuna de que en el fondo, tal y como  manifiestan, se trata de un mero apéndice subordinado; un fracaso sería  prueba de mala fe, no otra cosa. Por todo ello cierto es que se trata de un asunto muy delicado y que ha de ser tratado con la máxima prudencia.
Eric Pardo
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