lunes, 5 de junio de 2006

El Elixir de la Calle

La situación política española se acerca en estos momentos a un punto crítico, la crispación que provoca el acérrimo enfrentamiento entre el gobierno y la oposición es mucho mas que un choque coyuntural, muy por encima de eso, es la muestra de una desconfianza y de un odio subyacente que recuerda, aun con mucha distancia, las etapas mas oscuras de nuestra historia. Sin ceder a un catastrofismo que estaría fuera de lugar, no hay que dejar de preocuparse por el daño a la sociedad que el enconamiento de posturas está provocando, sobretodo cuando los temblores de la fiebre política se manifiestan donde mejor se mide la salud del pais: la calle.

La decisión del Partido Popular de expresar a través de la que viene siendo su forma preferida, el ultimátum, la ruptura de relaciones con el Gobierno en lo que al diálogo terrorista se refiere, no es sorprendente vista la trayectoria adoptada desde el principio de la legislatura. La oscuridad y la incoherencia con la que ciertos asuntos son gestionados por parte del Gobierno es manifiesta en muchos aspectos, pero la facilidad con la que los errores de éste provocan la virulencia del PP apuntan a una poco reprimida disponibilidad al enfrentamiento más absoluto, aun en este caso cuando se trata de temas de estado de hondo calaje. La tensión en el seno del PP entre un sector rupturista encabezado por el Secretario General, Angel Acebes y la moderación que deja entrever un cada vez más debilitado Mariano Rajoy no parece inclinarse en favor de este segundo desde hace ya más de un año. Sólo la gravedad del anuncio de Alto el Fuego de ETA motivó una muy breve etapa de lealtad al Gobierno, pero tan pronto éste ha provocado a la oposición con augurios de contactos políticos con HB, la tormenta se ha desatado con todos los recursos a mano del PP, siendo la manifestación del Sábado no la culminación de una semana de crispación insostenible, sino el anuncio de una campaña con el único objetivo de derribar al Gobierno aunque ello mine toda posibilidad de un proceso de paz.

Antes, claro está, de determinar la culpa de cada uno por esta odiosa situación, la única conclusión a la que se podría llegar es que con claridad ningún actor político está a la altura de las circunstancias, lo cual augura un negro panorama. Desde el Gobierno no existe claridad en cuanto al curso a adoptar frente a la negociación con ETA, y ello no es sorprendente puesto que jamás la ha habido en ningún otro tema, ya sea política exterior o política territorial; el efectismo que Zapatero imprime a todos sus anuncios y el irremediable cercenamiento que ello provoca en cualquier esbozo de agenda política, tiene efectos demoledores cuando precisamente se necesitaría una extrema prudencia para manejarse con una oposición furiosa y dogmática. Tras el anuncio de Patxi López de entablar contactos con HB, lo cual a priori no tendría ni mucho menos que preludiar el rendimiento del Estado de Derecho como bien parecen desear los más agoreros, Zapatero parece no tener más remedio que integrar en su agenda con extrema torpeza y en el peor escenario, el Debate de la Nación, un anuncio que de todas maneras por su vaguedad y por las peligrosos aguas en las que se adentra bien debería tener tras de sí unas líneas donde se dibujasen lo que lleva siendo el más ausente genio de nuestro pobre hogar político, el consenso; que no se llame a engaño Rajoy, no se ha sobrepasado ninguna "línea roja" por la simple razón de que jamás la ha habido, no se han desatado las furias del triunfo de los terroristas, por el momento lo único que prospera son los frutos de una incompetencia deplorable.
Tanto Zapatero como Rajoy utilizan una serie de vagos y mal construidos principios con los que el primero sale al paso de los cambios de rumbo que le imponen circunstancias cambiantes, intentando así dar la impresión de que a pesar de las apariencias todo se enmarca en un esquema armónico y predeterminado y con los que el segundo pretende con mal fingida gravedad justificar sus medidas incendiarias de ruptura; palabras como Nación, Estado de Derecho, Libertad, etc, que la mayoría de los españoles comparten, son en su vocabulario coartadas para ocultar nacionalismo, intolerancia e intransigencia, el ideario de sus compañeros de partido que tanto esfuerzo gasta en emular, categorías claro que hasta sus más acérrimos defensores logran atenuar cuando se encuentran en el gobierno; el ciudadano sensato coincidirá en exigir más claridad a Zapatero y en descartar la carga de arrogancia y prepotencia del discurso de Rajoy.

En este escenario la actuación del gobierno parece realmente encaminada a alienarse el apoyo de la oposición, cosa que si bien es poco difícil, queda garantizada por la vaguedad y autosuficiencia de Zapatero. Que Patxi López se reúna con HB para facilitar el paso de ésta a la democracia debería ser saludado, pero la claridad en este asunto brilla por su ausencia, sobretodo cuando no se sabe qué materias se tocaron en los contactos previos PSE-HB y hasta dónde puede llegar una discusión política que resulta incomprensible que se desarrolle cuando aún ETA no se ha desarmado. Sin embargo la poca claridad del Gobierno si bien favorece la ruptura, parece necesaria en numerosas ocasiones para hacerse con el apoyo de una oposición que pone condiciones inasumibles como que ETA acepte alegremente claudicar sin más sin que se resuelva el status de sus prisioneros, cosa para la que dudosamente se habría declarado tregua alguna. Se trata de un juego engañoso al que se han estado prestando ambos, Gobierno y oposición, para justificarse el uno todo lo mejor posible cuando se le retira el apoyo y para justificar el otro la retirada de éste cuando siente que la opinión pública podría serle favorable.

Si todo esto no fuese ya de por sí suficientemente desmoralizador, el PP recurre al nuevo instrumento que por arte de magia acaba de descubrir tras décadas de despreciarlo por verlo en manos de la izquierda, la movilización ciudadana. Y lógicamente como buen aprendiz de brujo, hace uso incontrolado del nuevo elixir con que sentir vibrar la oposición al Gobierno. Justamente lo que el sentido común parece desaconsejar, es decir, airear asuntos de estado en la calle, dejándose llevar por la demagogia más visceral, cobra un sentido opuesto cuando se da a entender lo grave de las actuaciones del Gobierno como para que el PP se vea obligado a recurrir a tales instrumentos para defender los valores de todos los españoles, lo cual parece razonable si se acepta a priori un alto carácter moral, si bien la ligereza de argumentos y la irresponsabilidad cínica y recurrente ponen constantemente en duda. Es así como habrá que volver a sufrir este Sábado un cóctel ideológico donde se mezclarán el 11-M, la negociación de ETA, el Estatuto de Cataluña, Las víctimas y el odio acérrimo de los sectores más ultra-conservadores, un delirio en cuya sinrazón se pone de manifiesto el odio inconfesado que parece ser consecuencia de la aún mal digerida derrota electoral; suframos pues y esperemos que no termine dividiéndose irremediablemente la ciudadanía bajo los efectos del elixir de la calle.

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