lunes, 15 de enero de 2007

Los discursos del señor Rajoy

Escuchar el debate político estos días resultaría únicamente tedioso si no fuese porque en ello está en juego el pulso de nuestra nación, y sinceramente, vista la fiebre que nos aqueja, vale la pena diagnosticarnos una seria enfermedad, al menos en relación con los patrones que idealmente deberían regirnos; no sufrimos guerras ni hambrunas, no hay conflictos sociales relevantes y ni siquiera podemos consolarnos con una economía calamitosa, pues si bien son razonables las críticas a nuestro modelo económico, hoy por hoy satisface a los ciudadanos; por tanto no cabe deducir más, que la decadencia de nuestros políticos es propia de una sociedad complaciente que no se preocupa de ser gobernada por ciudadanos de elevada estatura. Ese parece ser el único consuelo disponible a los que sinceramente nos perturba el que en el discurso político se caiga a tal nivel de zafiedad y lo que es peor, que ni siquiera les tiemble a muchos de nuestros políticos la voz al escuchar sus propias sordideces intelectuales y morales; parece por el contrario que hay algo heroico, algo de liberación en poder enarbolar cosas tan dadas a dejarse prostituir como son los principios y la reglas más mínimas de la lógica, sinceramente parece ser la expresión más manifiesta de la cultura de parvenus que tras escalar socialmente ven como una regresión el tener que privarse de algo, como si así se espantase el espectro de la recaída. Pues bien, sólo así puedo explicarme el que el pervertir el discurso pueda ser motivo de orgullo.

No hay mejor ejemplo de ello que el señor Rajoy, que tras haber mostrado durante ocho años en el gobierno de J. Mª Aznar un porte y una seriedad de la que no muchos correligionarios podían presumir, después de que muchos centristas (al menos quien escribe) tuviesen la vana esperanza de que imprimiría de lo que parecía ser una notable predisposición a un sano talante al centro-derecha, después incluso de que se tuviese la esperanza (esta ya rayana en la más manifiesta ingenuidad) de que lograría imponerse después de todo a los sectores más oscuros de su partido, ha resultado transmutarse en un histrión político en cuyo discurso puebla la más insoportable demagogia y en cuyas palabras destaca por su ausencia el recurso a la razón; si todavía hablásemos de la zafiedad y el oportunismo personificados, como los señores Pujalte o Zaplana, no resultaría digno de destacar, pero es que sigo creyendo que el señor Rajoy tiene muchas más cualidades a sacar a relucir; es por ello que resulta más espeluznante aún la mutación operada en el sorprendente biotipo que es el parlamento español.

Baste un razonamiento del líder de la oposición: ante su partido en la presentación de candidatos para Madrid, Rajoy desveló por fin las sutilezas que subyacían en la controversia sobre "paz" y "libertad" que tanto revuelo había provocado entorno a la convocatoria de manifestación del sábado; en un ejemplo improvisado y muy poco sólido de gramática política, el señor Rajoy intentó explicar el verdadero significado contextual de estas dos palabras en lo que era poco más que una pirueta de travestismo conceptual: "paz" (hacía falta que lo dijese) respondía a la ausencia de enfrentamiento entre dos grupos mientras que "libertad" era un uso más apropiado para la verdadera situación, la de la opresión de un grupo de asesinos contra víctimas inocentes. A primera vista el razonamiento es límpido e irreprochable, pero insinuar que con la reivindicación de "paz" lo que la izquierda pedía era oficializar en el discurso la igualdad entre los terroristas y el estado español como si de una guerra se tratase con el objetivo de enterrar la verdad de que todo gira entorno al parámetro conceptual de libertad y así facilitar la negociación, es obsceno; durante años, ya desde que naciese el movimiento cívico manos blancas y que se articulasen las asociaciones de víctimas del terrorismo, se veía en todas las concetraciones y manifestaciones la apelación a la paz como ideal cohesivo de una inmensa mayoría ciudadana contra el fragmentario, embrionario pero no menos letal entramado socio-político y para-militar que eran ETA y HB; en esa época estaba claro que paz era el grito contra una guerra que se entendía consensualmente como entre la opresión y el terrorismo político y el estado de derecho, por aquel entonces no había nada que reprocharle al término paz y era comprensible que fuese de la mano con libertad; alguien ajeno a las pasiones cegadoras de la derecha conservadora española entendería que con la apelación a la paz se expresaba el deseo de reestablecer (¡si bien nunca desapareció!) el espíritu de lucha contra el terrorismo, pero error, pues tras el paso del brujo que tenemos como presidente, la palabra paz, aun expresada en el marco de un rechazo colectivo contra ETA, está pervertida por las miasmas emanadas de las perversas intenciones de un jefe de gobierno a cuenta del cual corren los peores pecados: destrucción de España, traición a las víctimas, abandono de Navarra, connivencia con el terrorismo, injerencia en las competencias del poder judicial, etc. Según Rajoy, ahora paz tiene un sentido perverso, y la dialéctica paz-libertad es un campo de batalla ideológico donde no caben las medias tintas; en ello no demuestra una de las virtudes que puede tener el conservadurismo, que es el retorno al estatus quo anterior a los excesos revolucionarios de cualquier tipo, ni mucho menos, pues pudiendo interpretar la palabra paz razonablemente como el retorno al idilio entre demócratas y víctimas con toda la sociedad de antes del pecado original de la manzana de Anoeta, prefiere la burda militancia intelectual, preludio a la política, y con ella la reinterpretación y si necesario la subversión de los significados en base a contextos que él mismo y sus correligionarios interpretan en virtud de sus apetitos; Don Mariano Rajoy está en el fondo hecho todo un ácrata que se cubre de la dignidad del recto político conservador para ocultar la furia que suele aquejar a los que se ven súbitamente despojados del poder y que no saben cómo recuperarlo.

Y mientras tanto decenas de miles de ciudadanos españoles y ecuatorianos defendieron sin darse cuenta el diálogo con ETA porque no se habían percatado de que paz había cambiado de significado, ¿o quizá sí? ¿no estarían sus voluntades ya pervertidas por la palabra en sí, por el hechizo que emanaba de "paz"en el eón político inaugurado por Zapatero? ¡Cuánta razón pues la de D. Mariano Rajoy!

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