martes, 31 de enero de 2012

¿Qué es Europa para nosotros?

Alguien mirará hacia atrás en los años venideros. No sabemos desde qué perspectiva mirará, hasta que se nos otorgue la facultad de la presciencia por lo menos, pero si algo podemos aventurar, es que estos no serán precisamente tiempos recordados con gran cariño. Desde el 2008 vivimos sumidos en una dura crisis financiera que no tiene visos de mejorar. Desde que superásemos la primera etapa, desde que lográsemos evitar la caída en el abismo y por tanto desde que nos pudiésemos consolar con la idea de que el fantasma de 1929 había sido espantado, hemos podido afrontar la crisis con cierto estoicismo. Sin embargo el fantasma de un derrumbe aún mayor, de una recaída que nos hunda en el abismo, sigue merodeando en nuestro entorno. No ha desaparecido, y no solo porque como ya haya mencionado el crecimiento es anémico, a lo que podría añadir que en ciertos países como España, la tensión latente se palpa cada vez más en una economía arruinada por un paro superando el 21 %. No, no ha desaparecido porque seguimos al borde del precipicio. Desde que se incubase en la Eurozona una crisis de la deuda, vamos dando tumbos ora acercándonos peligrosamente, ora con alivio dirigiendo nuestros pasos un poco más lejos del borde. Sin embargo, llevamos un año así. Desde que se creasen mecanismos financieros con el fin de salvar a Grecia del impago, han ido siendo más y más los países, a parte de la misma Grecia, los que han venido a necesitar ayuda: Irlanda y Portugal ya se le han sumado, y el acuerdo del 9 de diciembre parece haber espantado el que Italia (con España en la perspectiva) entrase en tan funesto club ¿Hasta cuándo? Las amenazas se siguen cerniendo y ya son no solo Francia, sino incluso la intocable Alemania, las que ha sido objeto de amenaza ¿Se podrá salir de la crisis con las recetas actuales? Grecia y Portugal son países desgarrados, sumidos en una crisis económica pavorosa y que difícilmente parecen capaces de salir; mayores sacrificios aún, seguramente no hagan más que hundir más sus economías. Con este panorama tan aciago, las perspectivas son sombrías…

Sin embargo, lejos de atreverme con un análisis económico para el que posiblemente no esté académicamente formado, me gustaría proseguir con una pregunta. Una pregunta sí, la misma con que iniciaba este artículo: ¿Qué es Europa para Nosotros? A alguno quizá le sorprenda tal pregunta, o por lo menos, tarde unos segundos en entender el nexo entre estas cinco palabras con el tono de desazón de nuestra introducción. Sin embargo a más de uno le dirá su intuición que la pregunta algo tiene que ver con ella. Por lo menos, esa intuición, con que esté mínimamente informado, le ayude posiblemente a relacionar la palabra Europa con la crisis económica a que nos enfrentamos. A fin de cuentas, lo que ocurre en Grecia pone en riesgo a la joya de la Unión Europea (si bien no todos sus miembros lo sean de la divisa única). Y si yo les digo que es esa misma Unión la que lo está haciendo rematadamente mal, seguro que ya no nos hace falta demasiada intuición para estar de acuerdo. Podremos diferir en cuanto a las recetas, pero el foco de nuestra atención lo pondremos sobre la Unión. Bien pues hecho esto, vamos a atrevernos a predecir un poco, aquello para lo que precisamente al inicio nos reconocíamos incapaces. O por lo menos atrevámonos a elaborar recetas para salir de esta y que no se repita este infernal escenario. ¿Me atrevo yo? De acuerdo. Pues me atrevo a decir que en lo que hemos fallado es en que la Unión Europea no estaba preparada, y no estaba preparada por no estar lo suficientemente

integrada. Sin entrar en detalles, me atrevo a sugerir que a una buena cantidad de ustedes no les parecerá descabellado lo que digo. Recuerdo a un montón de mis amigos asentir, estar razonablemente de acuerdo con esta premisa. Ahora bien, si este sentimiento es real, ¿en qué se traduce?

Pues me temo que no se traduce en nada, en absolutamente nada, si no es más allá de ese asentimiento del que hablábamos antes y de unas pocas voces que ponen la cuestión sobre el tapete. A lo poco que quizá vaya a contribuir este artículo es a sumarme yo, con poco alcance y de forma casi anónima, a este disminuido coro. Sin embargo, y esperando no perder irremediablemente la modestia con ello, a lo que de nuevo me voy a atrever (¡Que me perdonen mis lectores!) es a adelantarme a las voces informadas que con sus diagnósticos un poco de luz aportan en la oscuridad por la que nos movemos. Sí, a adelantarme, y con ello me refiero a dar el paso que creo que debemos dar si realmente queremos salir de la encrucijada. Esta encrucijada es simple, pero como todas las encrucijadas simples, como todas aquellas en las que solo hay dos caminos, como toda encrucijada por la que nadie ha pasado, por la que nadie ha puesto circunvalaciones que todo complican pero que con señalizaciones en poco tiempo se descifran, es de las más difíciles. La encrucijada nos dice: o salimos de la locura en la que nos metimos con una divisa común que juntaba a gigantes económicos como Alemania junto a enanos como Grecia, devaluamos nuestras divisas nacionales y nos ayudamos (a los que por lo menos nos acosan los mercados) a salir de la crisis, o centralizamos nuestra Unión y hacemos que la crisis de Grecia no sea muy diferente de la crisis en que pudiese estar una de nuestras comunidades autónomas. Es la decisión de declarar a la Unión Europea, por lo menos en lo que a sus últimos avances se refiere, un aborto o una crisálida; en declararla muerta o en declararla una Federación.

Esa es nuestra disyuntiva, ni más ni menos. La ventaja de la tesis abortista es que el capullo lo conocemos a la perfección: lo conocemos en que tiene un idioma común, una historia común, un gobierno común, y sobre todo, que no es poca cosa, una selección de fútbol común. La desventaja de la tesis de la crisálida, es que nuestro lepidóptero europeo tendría que volar por sí mismo. En el capullo somos una nación, en el mundo volátil, ¿qué somos? ¿Ahora entienden mi pregunta: ¿Qué es Europa para nosotros? La pregunta es pertinente, porque en el pasado nos hicimos la misma pregunta, y nos atrevimos a dar el paso. Sí, aquella vez nos atrevimos: ¿qué es para nosotros España? ¿Qué es Francia para nosotros? ¿Qué es Alemania para nosotros?, etc. La respuesta fue de auténtico esoterismo político: ¡somos una nación! Esa palabra, que académicamente no significa nada, pero que emocionalmente lo es todo, esa palabra por la que se ha vertido tanta sangre, por la que se ha denostado tanto y contra la que, por sus más horrendos abusos, nació el ideal europeo, esa misma palabra, que en su día fue la respuesta.

¿Habrá de ser también ahora ésa la respuesta? Difícil saberlo, y confieso que no soy ajeno al sentimiento de vértigo al plantear algo similar. Sin embargo, para entender la necesidad de plantearse la cuestión en tales términos, para ver lo triste del estado moral en que nos encontramos, les voy a responder qué es Europa en estos momentos: para todos nosotros, o por lo menos para la mayoría de nosotros, Europa es una cosa que ha servido, que sirve ahora no tan bien, quizá para otros tantos que sirve irremediablemente mal, pero que no hace más que servir. Es poco menos que un instrumento, algo frío, que vemos de manera meramente funcional. Y ése, precisamente ése, es el problema. ¿Es que no reconocemos a nuestros conciudadanos europeos

como hermanos de manera similar a como tal condición otorgamos a nuestros conciudadanos españoles? Poca fuerza entonces tendremos para acometer el desafío que se nos presenta, si no es retornando a una Arcadia fetal. Si no vemos la crisis en la que ahora estamos sumidos como una oportunidad catártica para salvar aquello que hasta ahora dábamos por sentado y que dejábamos en manos de gestores, como una oportunidad para enmendar nuestra falta de visión, nos quedaremos sin nada. Si en algo me atrevo a adelantarme, es a decir claramente, que si queremos que un ideal sobre el que nuestra prosperidad reposa, sobreviva y florezca, si queremos avanzar colectivamente, hemos de creer sinceramente en ello. No basta racionalmente asentir y reconocerle mérito a la idea, es necesario que el corazón palpite, y palpitar no lo logrará sumando, lo logrará palpitando. Si a alguien le entra vértigo y piensa que a diagnósticos que pecan de fríos y racionalistas le contrapongo una esotérica emoción, un delirio académico exaltado, le diré que lejos de invocar esencias abstrusas, como las de aquellos nacionalistas, muchos de los cuales nos avergonzamos, y con razón, aspiremos a contraponer un programa, aunque solo sean torpes pinceladas: que la Unión Europea sea una Federación, una de verdad, que Defensa y Exteriores estén en sus manos, y que juntos soñemos en construir una Educación, una Sanidad, una política fiscal e impositiva comunes, que nos dotemos de un Senado Federal, y sobre todo, que coordinado el continente entero, establezcamos un sistema económico más armónico y que provea a nuestros ciudadanos de bienestar y justicia, ese mismo con el que nuestros abuelos consiguieron salir de una abismo aún más horrendo y devastador hace casi setenta años.

Empecé diciendo que alguien mirará hacia atrás en los años venideros y que no sabemos desde qué perspectiva mirará. Pero sí que en algo tengo la más absoluta certeza, y es que esa mirada no la lanzaremos solos, la habremos de lanzar junto con nuestros hijos y quizá hasta con nuestros nietos. Si no aprendemos ahora a trabajar por lo que verán ellos, ya estaremos fracasando irremediablemente. Si no aprendemos a temer el reproche de las generaciones venideras por nuestra omisión y por nuestra imperdonable carencia de fe, si solo pensamos en los derechos que nuestros padres prometieron y no supieron cumplir, sin ser conscientes de los deberes que se nos imponen para que esa injusticia no la repitamos, no mereceremos el peso de nuestras lágrimas de ahora. Cada uno dará la respuesta según le dicte su conciencia. Para mí, la única imaginable, es la de rescatar el proyecto que puso orden en nuestros países después de tanta devastación y crear una verdadera Federación en la que estemos todos unidos y podamos luchar por un proyecto común. Quizá no estemos muchos de acuerdo, pero por favor, no nos quitemos de la cabeza esta pregunta: ¿Qué es Europa para nosotros?

Eric Pardo

No hay comentarios: